200 metros. Eso es lo que nos separaba a Juan y a mí. Sin saberlo éramos vecinos y al final, fue Copenhague (esa ciudad con ‘h’ intercalada) la que nos acabó uniendo. Bueno, Copenhague y unas cosas más.
Juan llegó a mi vida y en ella se quedó. Siempre me atrajo la gramática, los porqués ocultos y sinsentido (o eso creía yo) de nuestra lengua. Y en Juan además de un buen tío encontré a la persona que más sabe de mi generación de la lengua española. Y eso, eso es un lujazo.
En mi familia se le bautizó como ‘el académico’. Ni siquiera saben cómo se llama. Es: el académico. Mi padre le pregunta dudas, él las contesta y nos dedica libros con gusto y orgullo. Mi madre y la suya se reencontraron así como nosotros. De repente y, otra vez, a tan sólo 200 metros. Alguién dijo: -Esta es Carmen Beotas.
Mi madre aclaró: -bueno, en realidad Carmen Beotas es mi hija, pero todo el mundo me conoce así… María exclamó: -¿Tú eres la madre de Carmen? Pero si mi hijo va a tu casa a una fiesta en Nochebuena. Mi madre emocionada: ¿Tu hijo es el académico? Y así el círculo se volvió a cerrar. Y hemos llegado hasta aquí. Tantas dudas planteadas, tantos mensajes de mis amigas:
-Carmen, ¿esto cómo es?
Y ante mi ignorancia ahí estaba Juan, con pruebas, ejemplos y siempre una contestación. Eso es lo que queremos. Pruebas, ejemplos y contestaciones…
¡Pero necesitamos preguntas!
¡Os esperamos!
Carmencita