Los odios del «Académico»

Hola, Carmencita:

Lo primero que he pensado cuando me has hablado de odios es que yo no tengo ninguno. Ya sabes que yo, como lingüista teórico, lejos de odiar a la gente que supuestamente habla mal o a los listillos de la lengua, me intereso por sus desviaciones y trato de buscarles una explicación. Por ejemplo, me pregunto por qué se dice a grosso modo y no de grosso modo o por grosso modo.

Tampoco llego a odiar a los que hablan en otra lengua para que no me entere. Yo soy de los que cree que, si alguien no quiere que me entere de algo que está diciendo de mí, es mejor que no me entere, igual que es mejor que ese alguien no sepa lo que opino de él en la secreta lengua de mi pensamiento.

Se va acercando más al odio lo que siento por los que miran mal cuando usamos una expresión correcta o demasiado culta. Me han llamado tantas veces pedante por eso…

Y es que, ahora que lo pienso, ¡qué narices!, aunque soy el Académico, y debería estar por encima del bien y del mal, es verdad que tengo algunos odios.

Odio, sobre todo, a los que responden sin explicar y corrigen sin saber muy bien por qué es así la cosa. Cuando las cosas se explican bien se entienden y se recuerdan mejor. Ese es mi objetivo al escribir en Gramática para Carmencita: explicarlo todo.

Por la importancia de explicar, odio a los que explican enfadados. Eso demuestra que no saben lo que están explicando. Explicar algo que uno sabe es un placer.

También odio a los que corrigen a otros (generalmente de malas maneras), sin pararse a pensar en el motivo del supuesto error y encima cometiendo errores ellos, como lo de Acción Ortográfica de Madrid con Don Juan Tenorio, además de cometer los errores que nos han llevado al español desde el latín (como las metátesis o las etimologías populares). Por eso, por si acaso, a mí no me gusta demasiado corregir tajantemente.

Estas correcciones y otras respuestas tajantes son las que a veces me piden los que preguntan sin demasiado interés solo por saber cómo decir las cosas y se contentan o más bien exigen un sí o un no. A estos también les odio. No se dan cuenta de que, si supieran la explicación y dónde buscar la información, lo recordarían todo mejor.

Odio a los que, en vez de agradecer su labor, critican por sistema a la RAE, llegando a quejarse incluso de cosas que no ha hecho, como lo de incluir cocreta en el diccionario, palabra que nunca ha estado aceptada (que yo sepa solo aparece en el DPD, donde se indica que es una forma errónea).

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En un sentido más general, odio a los que menosprecian la labor de los lingüistas. Es verdad que todo el mundo es usuario de la lengua y que puede opinar sobre ella, pero el lingüista ya le ha dado vueltas a las cosas y ha descartado posibilidades. Los lingüistas son usuarios experimentados y sus opiniones deben ser valoradas. El problema, claro, es que hay muchos lingüistas (y no lingüistas) que explican sin saber, con términos técnicos que ni ellos entienden y sin ganas. A ellos también les odio, porque consiguen que la gente desconfíe de los lingüistas y de su importancia.

Odio también a los que critican cualquier cambio en la lengua, confundiendo evolución con empobrecimiento. Una cosa no implica la otra.

También se acerca al odio lo que siento por los periodistas y demás usuarios públicos de la lengua, que cometen faltas de ortografía. No los odio por incultos (que estaría bien que leyeran un poco más), sino por vagos (por no estudiarse las normas) y por inadaptados (como llamé a una amiga hace poco). Es su responsabilidad adaptarse a las normas para que se les entienda bien. Creo que el protagonista de mi novela expresa acertadamente la importancia de escribir bien:

Escribir bien y hablar bien es de gente buena. Porque el que es cuidadoso con el lenguaje y con las palabras que emplea es cuidadoso en todo lo demás. El que respeta las normas lingüísticas y, más aún, el que las respeta y las entiende, también respeta y entiende las normas cívicas, y esto le da un poder crítico para distinguir cuándo una norma es justa o injusta. Y el que siente curiosidad por el lenguaje es curioso en todo y el que es curioso no puede hacer mal porque el curioso tiende a dejar que las cosas ocurran en su forma natural para analizarlas. Otra cosa es que a veces sienta la necesidad de intervenir para corregir a los que utilizan mal una lengua y explicarles cómo se debe usar, para así brindarles la oportunidad de ser cuidadosos también.

También odio a los que consideran que por escribir en WhatsApp y otros medios con abreviaturas nos cargamos la lengua. Uno puede escribir con abreviaturas y no cometer luego faltas de ortografía. Sin ir más lejos, Nebrija, primer ortógrafo del español, escribía con abreviaturas, como se ve en la foto:

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Hasta el exigente protagonista de mi novela admite tomarse algunas licencias al respecto:

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Estamos en una época en la que la gente escribe más que nunca y las abreviaturas son necesarias o, al menos, útiles, como lo son al tomar apuntes. Otra cosa es que el estilo o el vocabulario se estén empobreciendo, pero esto no se debe a que se escriba tanto en WhatsApp, sino a que la gente lee poco y lo que lee son probablemente las novelas actuales que, a veces, parecen escritas por niños pequeños, pero que la publicidad nos incita a comprar, consiguiendo que los que leen lean obras menores y que los que no suelen leer se decepcionen al más mínimo acercamiento a la literatura. Les sucede igual con el arte cuando ven que un vaso de agua medio lleno vale 20000 euros, o con algunos casos de penosa poesía que triunfan últimamente. Creo que se ha perdido la esencia del arte y esto provoca que la gente pierda el interés en él. Es el problema de supeditarlo al dinero.

En fin, Carmencita, me has tirado de la lengua y ya ves que has conseguido sacar lo peor de mí.

La conclusión, como siempre, es que lo importante es respetarnos unos a otros y tratar de relacionarnos con los demás de la mejor manera, algo que creo que nuevamente expresa con acierto el protagonista de mi novela:

Y además de escribir y hablar correctamente es preciso tener un extenso vocabulario para así poder reproducir de la manera más fiel posible los pensamientos de uno, pues no hay sentimiento más hermoso que el ver los pensamientos plasmados en algo físico como es la voz o como es la escritura. Significa capturar algo etéreo y demostrarnos a nosotros mismos que es real. De esa manera es fácil conquistar a las personas porque es como si les transmitiéramos el pensamiento por telepatía. Cuando la forma de expresarnos no refleja minuciosamente lo que pensamos, entonces otros podrán entender con razón algo distinto de lo que queremos manifestar. Así que el buen uso de una lengua es esencial para nuestra relación con los otros y, por tanto, es deber y reflejo de la buena persona hablar y escribir bien porque esto significa que desea relacionarse de la mejor manera posible con los demás.

Un abrazo.

El Académico

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7 Comentarios

  1. Espero que no me odie por ser periodista, aunque lo cierto es que comparto a menudo su resentimiento contra los destrozos cometidos y la mala influencia que esta profesión ha ejercido sobre mí; quizá por eso ya no ejerzo. En cuanto a la mal llamada poesía, ¡buf! Eso me saca aún más de quicio: prosa sangrada. Prosa (poética, en el mejor de los casos) troceada; prosa malherida que se desangra.
    Por cierto, ¿cómo se titula su novela?

  2. Me encanta el manual de whassap. Comparto todo excepto el punto 5, si estoy abreviando estoy abreviando, y sólo pongo la «q» si la la tilde es necesaria para el entendimiento de la frase entonces ya pongo la palabra entera…. total… que me estoy ahorrando de qué a qé ¿un carácter? que whassap no es twitter.. y además es gratis! 😉

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